Las mujeres con discapacidad se deben hacer frente a una mayor marginación que el resto del colectivo con discapacidad y que las demás mujeres. Estas dificultades se dan tanto en el plano privado como en el público. En la esfera privada, durante toda su vida, la mayor parte de ellas son tratadas como carga para las familias, ya que no obedecen a las expectativas que se tiene con las mujeres normativas , ni por imagen, ni por funcionalidad. No cumplen con los cánones de belleza ni con los estereotipos de género que el patriarcado asigna a las mujeres. Lo que más espanta a las familias es que sufran agresiones sexuales por las previsibles consecuencias: embarazo no deseado, secuelas psicológicas y físicas, lo que supondría que se incrementara su vulnerabilidad y la necesidad de cuidado de las mismas, razón por la cual son más proclives a sufrir maltrato. En el continente europeo un 40% de las mujeres con discapacidad sufren o han sufrido algún tipo de violencia.

Por otra parte, la tasa mundial de alfabetización de este grupo es el 1%, según un estudio del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. Si se niega una educación integral a las niñas con alguna discapacidad, se las condena, como mínimo, a perpetuar los roles de género, los roles de cuidado. Esta situación pasa desapercibida por el sesgo negativo que tiene la discapacidad para la sociedad. (Se está tratando de cambiar esta percepción desde posturas postmodernas que, en realidad, la invisibiliza, cambiando la palabra discapacidad por la expresión “diversidad funcional”, porque en realidad todos y todas somos diversas funcionales, entonces, ¿para que hacer políticas que nos faciliten nada, si todos somos iguales ?).

Debido a esta visión hostil, las niñas y mujeres con discapacidad son invisibilizadas e infantilizadas por lo que no se las prepara para afrontar la vida pública. A consecuencia de esta educación pasiva, la mujer con discapacidad se presenta en público como insegura y titubeante. Por este motivo, sufren desigualdades en los contratos y los salarios, ya que, muchas veces se ven forzadas a aceptar empleos poco cualificados, con la consiguiente merma en la remuneración. Si atendemos a las cifras una mujer con discapacidad cobra un 14,7% menos que sus homólogos masculinos. Además, en raras ocasiones participan en los procesos de toma de decisiones.

Es primordial que los poderes públicos apuesten por la educación inclusiva e igualitaria para que las mujeres con discapacidad alcancen el estatus de ciudadanas de pleno derecho. Una educación inclusiva, teniendo en cuenta sus capacidades. Tampoco pueden eludir su responsabilidad, ya que, tienen la obligación de darles el lugar que les corresponde en el entramado social con políticas compensatorias concretas.

Este artículo ha sido publicado originariamente en Tribuna Feminista. Puedes leer más al respecto en la dirección web tribunafeminista.elplural.com

Por Mari Mar Molpeceres

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Las mujeres con discapacidad se deben hacer frente a una mayor marginación que el resto del colectivo con discapacidad y que las demás mujeres. Estas dificultades se dan tanto en el plano privado como en el público. En la esfera privada, durante toda su vida, la mayor parte de...