La definición de igualdad que recoge la RAE habla de la “condición o circunstancia de tener una misma naturaleza, cantidad, calidad, valor o forma, o de compartir alguna cualidad o característica”.

La mayoría de las personas no le damos el valor que merece a esta palabra o hacemos un uso muy particular de ella. Lo que está claro es que no ponemos en práctica toda su definición. La mayoría de personas no nos consideramos racistas, xenófobos ni homófobos, pero si nos analizamos profundamente, nos damos cuenta de que no tratamos a las personas con el mismo respeto, pues intrínsecamente hay personas a las que rechazamos y otras a las que aceptamos rápidamente, sin explicación alguna. Excepto si eres misántropo, entonces no quieres nada con las personas.

Solemos aceptar a las personas en función de si tienen nuestro estatus, si piensan como nosotros o de forma similar, si su poder adquisitivo es cercano o superior al nuestro, si están bien formados y tienen rasgos agradables, si se acercan a nuestra edad, etc. Utilizamos una serie de parámetros establecidos que no son malos per se, pero que al final lo que nos hace es rechazar a muchas personas por no estar en el perfil que nos gusta.

La mayoría de los hombres nos sentimos superiores a las mujeres, los blancos a los negros, los heteros a los homos, los jóvenes a los viejos y así, una escala de valores no naturales que nos han ido imponiendo las religiones, los cánones de belleza, las modas, los dictados sociales, los protocolos y hasta la educación que hemos recibido.

Cuando uno madura va superando barreras y se va dando cuenta de que las personas somos más iguales de lo que nos enseñaron y que la diferencia enriquece. Ocurre que a casi todos nos quedan residuos de esa educación y no tratamos a todos por igual, y aquel que lo dude que reflexione un poco si no es así. Si todos los que pensamos que no discriminamos a nadie estuviéramos en lo cierto, el mundo iría bastante mejor.

Somos capaces de refugiarnos en grupos, bandas, organizaciones, religiones o cualquier colectivo de similares para sentirnos arropados por nuestros iguales. Hasta se escucha muchísimo ahora que nuestra mascota nos quiere, obedece y es más fiel que las personas: “mi perro es mi mejor amigo”. Pues no comparto eso, como no comparto que:“mi hijo es mi amigo”. Mi hijo es mi hijo y cada relación tiene sus principios, y los seres humanos por más que incidan en variantes somos seres humanos, con diferente color de piel, rasgos, género, estatus y demás adjetivos que les podamos poner, pero PERSONAS y, por tanto, IGUALES en derechos y obligaciones. Cuando empezamos a poblar la tierra no había fronteras y nadie era propietario de nadie ni de nada. Nos hemos ido transformando, evolucionando, y ese nivel de civilización, muchas veces, nos va arrastrando al absolutismo y al individualismo.

Mirémoslo y analicemos cómo nos va: el informe Oxfam nos dice que ocho personas en el mundo poseen la misma riqueza que la mitad de la humanidad… ¡y nos atrae más esas ocho personas que la solidaridad con la mitad de la población mundial!

¿Nos estamos deshumanizando? Somos capaces de ignorar los problemas de los demás: permitir el sufrimiento, callar la violencia, no denunciar la explotación, votar la corrupción, ignorar las agresiones, etc. ¡Somos cómplices de esas situaciones! Y estamos permitiendo que las personas sigan sufriendo, porque nos han educado para que seamos indolentes ante el sufrimiento de los demás y que cada día la persona que más nos preocupe “soy yo”. No sé si mirarnos tanto el ombligo es bueno, pero el camino es largo y en algún momento necesitaremos de los demás, y si no sembramos no podremos recoger.

Nuestra civilización ha mejorado en tecnología, conocimiento, desarrollo, calidad de vida y más cosas, pero solo para unos pocos y a costa de unos muchos. No lo debemos permitir. Yo tampoco trato a todos por igual y lo reconozco: tengo predilección por los desfavorecidos y la justicia e intento defenderlos. Los pudientes ya tienen bastantes defensores como: las leyes, lobbies, fiscales, policías, seguridad, jueces, curas, medios de comunicación y todos los que se doblegan al poder, y si no miren los informativos y luego juzguen.

La vida merece la pena vivirla y ser compartida.

Por Manolo Fernández

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La definición de igualdad que recoge la RAE habla de la “condición o circunstancia de tener una misma naturaleza, cantidad, calidad, valor o forma, o de compartir alguna cualidad o característica”. La mayoría de las personas no le damos el valor que merece a esta palabra o hacemos un uso...