Entender el orgullo gay
Orgullo, palabra que choca bastante según con qué sentido se la asocie. El diccionario la define de dos maneras. La positiva: “Sentimiento de satisfacción hacia algo propio o cercano que se considera meritorio”; La negativa: “Exceso de estimación hacia uno mismo y hacia los propios méritos por los cuales la persona se cree superior a los demás”; siendo sinónimo de soberbia. Cuando hablamos del “Orgullo Gay” hay a quienes les parece como fuera de lugar porque creen que se realiza en el sentido negativo. Pero lo que la mayoría reivindica es: “Satisfacción por ser lo que es, reafirmando su sentir y su libertad de serlo sin subestimaciones”. Quien no lo capta positivamente es porque no termina de aceptar a los homosexuales, lesbianas o transexuales. Y el problema lo tienen ellos, está claro, porque desde los principios de la humanidad y en todas las razas humanas han existido y existirán. Es así, y las cosas hay que aceptarlas como son y ponerse en el lugar de los demás, bien se sientan mujer en un cuerpo de hombre o viceversa,… Sea como sea, aceptar, tolerar y convivir en armonía.
Como ya sabemos los griegos, pilares del pensamiento y la filosofía de nuestra cultura occidental, aceptaban la homosexualidad y la bisexualidad como algo natural. Pero se ha avanzado muy poco desde entonces. En España el culmen de la intolerancia fue en la época de la dictadura. ¡Cuántas personas tuvieron que esconder y reprimir su homosexualidad! Y quienes no lo hacían, por ejemplo, porque su condición era tan femenina que no lo podían ocultar, se veían expuestos a humillaciones y torturas durante las 72 horas que permanecían en las comisarías cada dos por tres. Se les aplicaba la ley de vagos y maleantes (llamada “La Gandula”), que desde 1954 incluía como delito la homosexualidad y que no fue derogada hasta 1978.
A nivel nacional está el famoso caso del coplero Miguel de Molina, con un estilo personal y transgresor, un valiente que nunca ocultó su homosexualidad. Por ello y por tacharlo de republicano le destrozaron su carrera. Fue cruelmente torturado y obligado al exilio a Buenos Aires en 1942 y hasta poco antes de morir, con 86 años, no fue reconocida en nuestro país su labor artística por la cultura española. También hubo muchos y desgarradores sucesos a nivel local en Jerez, como el de la Paloma, que cantaba y bailaba, imitando a las famosas copleras de la época. Llevaba la ropa en un cesto y se cambiaba en cada patio de vecinos donde actuaba a cambio de unas monedas o simplemente por algo de comida. La torturaron en comisaría repetidas veces, administrándole además aceite de ricino para que se le descompusiera el vientre. A lo mismo se dedicó la Miguela, a la que mató de una fuerte paliza, concretamente de una brutal patada en el esternón, un cabo de la policía municipal de muy fuerte complexión, allá por el año 1958 en la calle de la Merced. Fue muy sonado en Jerez y si quieres saber quién fue solo tienes que tirar del “Cabo de la Manta”.
Y yo me pregunto: ¡Qué mal hacían con ser como eran! ¡Hasta cuándo nuestra sociedad y, sobre todo, esos arrogantes machistas que se creen superiores a la mujer y no respetan a los homosexuales, los van a valorar por lo que son y aportan a su comunidad y no como enfermos mentales! Es totalmente inaceptable que en el siglo XXI existan países donde los homosexuales puedan ser condenados a la pena de muerte y que todavía en los países, supuestamente civilizados, padezcamos casos irrespetuosos y discriminatorios hacia las diferentes tendencias sexuales, como la tristísima historia de un niño de 9 años en Estados Unidos que quiso declarar abiertamente su homosexualidad en el colegio y se suicidó este pasado agosto por no ser aceptado y sufrir acoso escolar.
Un artículo de Aurora Cazorla Ríos y Leonor Bock Cano
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