Soy una mujer andrógina gracias a haber sido educada en igualdad de género. Me llevo muy bien tanto con los hombres como con las mujeres. Y creo que ahí está la clave de la tolerancia y el respeto: en convivir ambos géneros en sus igualdades, que son mucho más que sus diferencias.

Para afianzar mis argumentos quiero dar testimonio del caso particular que pasó en mi familia.

A los pocos meses de morir mi padre en 1962, con solo treinta y ocho años, a mi tío abuelo Rafael López García le expropian una pensión que regentaba en la calle San Agustín para construir un bloque de pisos, sin darle ningún tipo de indemnización. Muy propio de aquellos tiempos del franquismo. Se quedó sin nada después de tantos años de trabajo.

Así pues, mi madre con su prole de seis hijos y su tío, decidieron vivir juntos, formando un tándem para poder subsistir y llevar a la familia hacia adelante. Ambas personas honestas e íntegras que nos enseñaron con su ejemplo muchos de sus valores personales y se entregaron a nuestra crianza en cuerpo y alma. Mientras ella trabajaba mucho, él nos cuidaba y siempre estaba ahí para ayudarnos, enseñarnos y aconsejarnos. Y esa peculiar pareja se convirtió en nuestros educadores, una madre viuda heterosexual y “nuestro Tato”, que era homosexual. El Tato, nacido en el 1897, era un hombre culto. Su padre, representante de algunas bodegas jerezanas, entre ellas la desaparecida Bobadilla, hizo 33 viajes a Sudamérica, vendió mucho vino y quina y les puso a sus hijos maestros particulares tanto para las materias básicas escolares como de música y baile. Y él fue bailarín de ballet español hasta que estalló la guerra. Después fue cocinero, comerciante y regente de la pensión. Era un hombre de una sensibilidad exquisita a quien no se le notaba su homosexualidad, en parte porque entonces “tenían la necesidad” de mantenerlo bien oculto y en parte porque era muy natural, con muy buena proporción entre su masculinidad y su feminidad.

Por tanto, tuvimos la gran suerte de ser educados sin los estereotipos de que el hombre es el cabeza de familia que trae el dinero a casa y quien hace las tareas de la casa es la mujer. Ambos hacían tareas de hombre y mujer indistintamente: ella trabajaba, iba a reuniones de empresas, de padres de familia en el colegio, conducía y, por supuesto, realizaba todas las tareas del hogar. Y él, además de estas, hacía las habituales de un hombre como arreglar puertas, enseres, cultivar el huerto y trabajos de albañilería en general. También elaboraba unos originalísimos tapices que vendió en Jerez de 1930 a 1960.

Y yo, una niña heterosexual con espíritu masculino, pude desarrollarme sin que ninguno de ellos me cortara mi forma de ser ni me dijera nunca “no hagas eso porque es cosa de niños”. Jugué con mis herman@s y amig@s tanto a los maravillosos juegos y deportes típicos de niños como de niñas de aquellos tiempos.

Doy gracias a la vida por haber tenido esa oportunidad, por parte de mi queridísima madre y de mi queridísimo Tato. Al que le pido desde aquí, que si es verdad que existe el cielo, me deje un sitito a su vera, o si es verdad lo de las reencarnaciones, tener la gran suerte de vivir juntos y muy cerca suya otra vez en la próxima vida. Porque fuiste muy bueno, afable, íntegro, responsable, generoso, honesto y sabio: ¡¡¡una bellísima persona que nos dio tanto amor y del que tan buenas cosas aprendimos!!!

Un artículo de Aurora Cazorla Ríos

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Soy una mujer andrógina gracias a haber sido educada en igualdad de género. Me llevo muy bien tanto con los hombres como con las mujeres. Y creo que ahí está la clave de la tolerancia y el respeto: en convivir ambos géneros en sus igualdades, que son mucho más...