Crónica de un desastre anunciado
Después de haber estado viendo una actuación de Carlos Cano y haber sido desalojados e identificados por la policía, fuimos a tomar una cerveza y conversar acerca de participar de un proyecto andalucista. Fue entonces cuando nos dijeron que, si teníamos problemas, llamásemos a un joven abogado que trabajaba subiendo la escalera en el segundo despacho a la derecha de la Caja de Ahorros de Jerez, en una oficina de la Plaza del Arenal.
Ese abogado y activista fue el primer alcalde demócrata de nuestra ciudad, que decidió transformar de arriba a abajo el pueblo más grande de España por su término municipal. En su primera legislatura llenó de ilusión a la ciudadanía, pero con su primera mayoría absoluta llegaron las locuras, las grandezas, el enchufismo, el despilfarro, las irregularidades y el caos. A mediados de los 70, la ciudad se sustentaba sobre la industria bodeguera. Con bodegas por todo el término municipal, viñas, tonelerías, cartoneras, litografías, taponeras, gráficas y fábrica de botellas. Aquello daba de comer a muchas gentes, gentes que se trasladaban desde los pueblos de la sierra en busca de un futuro mejor.
La democracia nos trajo aires de libertad y los trabajadores (y digo trabajadores, porque en aquellos días los hombres ocupaban la mayoría de los puestos de trabajos) reivindicábamos mejoras laborales y sociales, y nos organizamos en sindicatos de clase y asociaciones de vecinos para mejorar las condiciones de los barrios obreros. La otra cara de la moneda era que aterrizaron las multinacionales y empezaron los despidos, así como que la clase política incrementaba la plantilla municipal convirtiendo al personal en barrigas agradecidas, infiltrando a esas gentes en las asociaciones de vecinos para acallar las reivindicaciones, lo que fue desvirtuando el principio para el que nacieron.
Ese absolutismo derivó en la locura de los grandes eventos, monumentos en rotondas, estadios, planificación urbanística horizontal, circuito, Expo 92 (donde un concejal se gastó un millón de pesetas de la época en dietas) y por supuesto casas de hermandades, pues así se fidelizaba el voto de los cofrades. Esa locura llegaría a su fin en unas elecciones que acabó con la mayoría absoluta y los pactos con un solo partido. Pero en Jerez, como somos tan listos, montamos un pacto con tres gobiernos: el alcalde perpetuo, en un acto de humildad, se quedó con urbanismo y allí montó su chiringuito, las otras dos candidatas se repartirían el gobierno dos años cada una y volvieron a llenar el ayuntamiento de sus afines e inflar la plantilla. Los tres hicieron locuras sin pensar quién pagaría la factura, lo que hizo que la deuda se multiplicara.
Como se dice en la biblia, hay años de vacas gordas y años de vacas flacas, y estos llegaron y con ellos llegaron los conflictos, no tener para pagar a una plantilla que había tomado posición, el mal uso de los dineros, ERE, venta del agua, autobuses de segunda mano, FITUR y muchas mentiras: “No vamos a recalificar ni una sola teja de las bodegas”, “El Plan E, traerá desarrollo a nuestra ciudad”, “Con el PP no habrá caza de brujas”.
Los resultados de esas afirmaciones lo sabemos todos. Mil millones de euros de deuda, dos alcaldes presos, otra investigada y la sensación de que con lo gastado Jerez tendría que tener las calles de oro y los bordillos de marfil. Pero no obstante solo cabe decir “Me encanta Jerez”.
Un artículo de Manuel Fernández.
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